Esta es una época que proclama la libertad absoluta. Los seres humanos de este flamante principio del siglo XXI pretenden celebrar una vida de total independencia de cualquier clase de autoridad e incluso límite. Así, todo aquello que promueva sujeción, obediencia o sumisión es visto con sospecha, ya que puede restringir las decisiones libres de las personas. Pareciera como si la motivación para la vida posmoderna fuera la vieja máxima corintia: “Bebamos y vivamos, que mañana moriremos”.
Paradójicamente, esta actitud está provocando desesperanza, desorientación y un sentido de cosificación de los seres humanos, los cuales terminan presos de su libertinaje. Efectivamente, cada vez son más las personas que se conforman con vivir el momento, no solamente porque así expresan su libertad, sino, principalmente, porque no le ven otra alternativa o propósito a la vida. La publicidad y la sociedad de consumo terminan por hacer de las personas meros consumidores, clientes o genéricamente “el mercado”; mientras que la pretendida libertad no hace sino provocar adicciones, neurosis y una general obsesión por probar los límites de la tolerancia física, mental y social hacia ciertos pecados y actividades dañinas. La cantidad de suicidios ha aumentado de manera impresionante y las conductas autodestructivas son cada vez más comunes mientras la tecnología contribuye a traer comodidad y una vida cada vez más lúdica e irresponsable. Hoy, más que en otras épocas, parece que observamos un mundo lleno de personas “desamparadas y dispersas como ovejas sin pastor”.
Es que en el fondo, el problema no es económico o político, como pretendía el comunismo, el cual proponía la destrucción del sistema capitalista y la instauración de un nuevo orden económico sin clases sociales, el cual produciría un hombre nuevo, libre de egoísmos y dispuesto a recibir según su necesidad y aportar según sus capacidades. Tampoco tenía razón el capitalismo, quien propuso impulsar la iniciativa privada y la libre competencia como recetas que traerían prosperidad económica e impulsaría la satisfacción individual, según la iniciativa, inteligencia y capacidad de cada quién. Sin duda, la historia se está encargando de demostrar más allá de toda duda que ambos sistemas provienen de cierto materialismo y, en último caso, del egoísmo tan propio de una raza caída.
En último caso, la solución al problema de la desesperación del ser humano de todas las épocas tiene raíces claramente espirituales. De esta manera, la solución debe pasar, necesariamente, por lo espiritual. Y no se trata de una espiritualidad insípida y fácil; hecha a la medida de cada quien, tan popular en estos tiempos, sino la vida “en Cristo” de la que hablaba el apóstol Pablo. Parece ilógico y será impopular decirlo, pero una de las claves para cambiar la situación mental, emocional y espiritual de la gente de esta generación se encuentra en el concepto espiritual de límites, disciplina y autocontrol en Jesucristo. No se trata de reglas y leyes pesadas, sino de comprender cuáles son los límites y, de manera libre, llegar a alcanzar la satisfacción y plenitud individual y social manteniendo bajo control los instintos y deseos que todo ser humano tiene, rindiéndolos ante un amo y dueño superior.
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