Publicado en el libro
"El Encuentro con Dios", 2013
1 Yo soy Miqueas de
Moréset. Dios me comunicó lo que pensaba hacer contra las ciudades de Samaria y
Jerusalén. Esto sucedió cuando Jotán, Ahaz y Ezequías eran reyes de Judá. Esto
es lo que Dios me dijo: 2 «¡Escúchenme bien, pueblos todos de la
tierra! ¡Préstenme atención, habitantes de este país! Yo soy el Dios de Israel
y desde mi santo templo voy a denunciar sus maldades. 3 »Ya estoy
por salir y destruiré los pequeños templos que han construido en los cerros de
este país. 4 »Cuando ponga mis pies sobre las montañas, ellas se
derretirán como la cera en el fuego, y los valles se partirán en dos, como se
parten las montañas cuando los ríos bajan por ellas. 5 »Todo esto
sucederá por la rebeldía de los israelitas, pues ya son muchos sus pecados. Los
de Israel pecaron en la ciudad de Samaria; los de Judá adoraron a otros dioses
en la ciudad de Jerusalén. 6 Por eso convertiré a Samaria en un
montón de ruinas; esparciré sus piedras por el valle y la dejaré al
descubierto. ¡Sólo servirá para plantar viñedos! 7 »Por eso haré
pedazos todos los ídolos de Samaria. Los hicieron con las monedas que ganaron
las prostitutas; ¡pues yo los fundiré en el fuego y en monedas los convertiré de
nuevo!» 8 Entonces yo dije: «Samaria y mi pueblo Judá han sido
heridos de muerte. La muerte también amenaza a Jerusalén, capital de Judá. »Por
eso lloro y estoy triste; por eso ando desnudo y descalzo; por eso chillo como
avestruz, por eso lanzo aullidos como chacal. 10 »Pero no se pongan
a llorar ni digan nada a los de Gat. Más bien retuérzanse de dolor en ese
pueblo polvoriento que se llama Polvareda. 11 »Ustedes, habitantes
de Bellavista, serán llevados como esclavos; avanzarán desnudos y avergonzados.
Habrá lágrimas en el pueblo vecino, pero los habitantes de Zaanán no saldrán en
su ayuda. 12 Los habitantes del pueblo de Amargura se quedarán
esperando ayuda, pero Dios enviará la desgracia hasta la entrada misma de
Jerusalén. 13 »Ustedes, habitantes de Laquis, ¡enganchen sus
caballos a los carros! Fue en la ciudad de ustedes donde todos nuestros males
comenzaron. Allí pecaron los israelitas, y allí pecaron los de Jerusalén. 14
Por eso tendrán que despedirse de su amado pueblo de Moréset-gat. Los
reyes de Israel serán engañados en el pueblo llamado Trampa». 15 Y
Dios dijo: «Contra ustedes, habitantes del pueblo llamado Conquista, voy a
enviar un conquistador, y aun los israelitas más valientes huirán hasta la
cueva de Adulam. 16 Habitantes de Jerusalén, ¡lloren y aféitense la
barba!, ¡lloren y córtense el cabello hasta quedar calvos como un buitre! ¡Sus
hijos queridos serán llevados a un país lejos de aquí!» Miqueas 1 (Traducción en Lenguaje Actual)
Nuestros países viven a menudo catástrofes naturales
debido a muchos factores. Así, huracanes, terremotos, inundaciones, accidentes
de automóviles y otros hechos enlutan nuestras ciudades y pueblos. Por eso les
llamamos tragedias, y cuando ocurren, todos los ciudadanos parecen ser
sensibilizados por las necesidades y sufrimiento de las víctimas.
Existe, sin
embargo, una tragedia mucho más grande y que está llenando de luto,
desesperanza y amargura nuestros hogares y nuestras ciudades: es el pecado.
Este desastre hace mucho más daño que todos los huracanes y terremotos juntos.
Arruina sueños, relaciones entre familiares y amigos, deforma la identidad de
las sociedades y las personas. Así, nuestras ciudades son verdaderos refugios
de crimen contra uno mismo, contra el prójimo y contra el ambiente. No
obstante, es interesante y trágico que, a diferencia de los desastres
naturales, tenemos la tendencia a minimizar o aun a ignorar los fatídicos
efectos del pecado, la rebeldía y la desobediencia en general, y específicamente
contra Dios.
En realidad, en último caso, la fuente
de nuestra situación como raza humana es precisamente nuestra pecaminosidad.
Por ello, cuando el Señor se refiere al pecado en su Santa Palabra lo hace con
una nota de gravedad que debe calar hondo en las conciencias de todos aquellos
que leemos estas solemnes palabras. Dios se revela saliendo de su santo templo,
mostrando su arrasadora majestad y siendo un testigo formal contra las ciudades
que han emprendido un estilo de vida idólatra, egoísta, hedonista e
independiente del Señor de los cielos. ¡Qué grave es la rebeldía!
Al ser confrontados con nuestro pecado
y las decisiones rebeldes y desobedientes que hemos tomado, la actitud más
sensata es lamentarnos, arrepentirnos y hacer luto en humillación ante la
santidad del Señor. Solamente si estamos dispuestos a gemir y retornar al buen
camino podremos enfrentar adecuadamente las tragedias provocadas por el pecado.
¡Cuántas lágrimas! ¡Cuánto dolor! ¡Cuánta frustración provoca esta tragedia!
¿Cómo ves tu pecado? ¿Eres de los que
se justifica o de los que llora por la rebelión contra Dios? ¿Cuál crees que
debe ser tu actitud hoy ante tu pecado y sus consecuencias?
Señor, hoy me humillo ante ti y me comprometo a abandonar
mi trágica situación de pecado.